Federico “Morenita” Marín (34 años), era uno de los narcos más buscados del país. En febrero de 2018, después de varios años, fue atrapado cuando visitaba a su familia. El domingo por la noche, fue descubierto cuando paseaba por las calles de Itatí junto a su pareja e hijas en un Fiat Uno. Efectivos de la Policía Federal le pidieron que se entregara. Él hizo todo lo contrario. Disparó varias veces la pistola nueve milímetros que tenía en su poder. Hirió a dos investigadores, pero recibió varios disparos que le provocaron la muerte casi en el acto. Así su vida tuvo un final de película.
A pesar de que su muerte fue en la ciudad correntina ubicada a 970 kilómetros de la provincia, “Morenita” estuvo fuertemente vinculado con Tucumán. En agosto de 2011 por haber trasladado un cargamento de unos 500 kilos de marihuana desde Corrientes. La organización a la que pertenecía lo eligió para que negociara con un grupo de narcos tucumanos. El procedimiento fue desarrollado por los hombres de la División Antidrogas Tucumán de la Policía Federal y de la Dirección General de Drogas Peligrosas en Villa Fiad. Los efectivos ingresaron a un campo que estaba rodeado de muros de más de tres metros de altura para alejar las miradas indiscretas. Fue detenido junto a otras cinco personas, entre ellas Antonio “Tony” Lobo, que se presentó sin éxito para ser el delegado comunal de El Puestito, Burrayacu.
La estada de Marín en la provincia tampoco pasó inadvertida. Fue alojado en la seccional 7ª, por orden de la Justicia Federal. En diciembre de 2011, un policía observó que la puerta de la celda que ocupaba estaba abierta y que el detenido estaba guardando sus objetos personales en una bolsa. Pelearon y el efectivo logró ingresar nuevamente al calabozo. En la investigación, en la que fueron procesados varios uniformados de esa dependencia, los testigos coincidieron en señalar que había un auto estacionado afuera que se marchó raudamente después del incidente. Se sospecha que ese vehículo lo estaba esperando para escapar. Por ese motivo, se le inició otro proceso penal -que nunca llegó a una sentencia- e inmediatamente fue trasladado al penal de Villa Urquiza.
Los pesquisas creen que “Morenita”, dentro de las frías y húmedas paredes del penal de Villa Urquiza, siguió adelante con el negocio. Desde allí mantenía contactos con el resto de la organización, que estaba creciendo sin ningún tipo de freno en Itatí. Se sospecha que él actuó como nexo entre los correntinos y los narcos tucumanos; estos últimos compraban la droga al por mayor. Además de Carla “La Jefa” Sánchez, también se habría vinculado con otros dos grupos narcos de esta provincia como “La Banda del Gordo Vaca” -todos sus integrantes fueron condenados- y “La Banda de Trayán” -igual que el anterior-, ya desarticulados y con sus miembros condenados.
En febrero de 2014, Marín y los otros detenidos recibieron una pena de cinco años en un juicio abreviado y, a fines de ese año quedaron en libertad, por el tiempo que pasó detenido sin haber sido enjuiciado. Se le permitió regresar a su provincia por cuestiones humanitarias, pero con la condición de que debía presentarse al menos una vez por mes ante la Justicia. Sólo cumplió un par de veces, por lo que en 2015 se ordenó su captura. Con el transcurso de los meses y por las investigaciones que se desarrollaron, se confirmó que el narco nunca había dejado de operar.
A nivel nacional
Marín se transformó en uno de los narcos más buscados. El hombre fue considerado como uno de los grandes engranajes de la organización que se había instalado en Itatí. Un grupo que también estaba integrado por el intendente de esa localidad, Natividad “Roger” Terán, y su segundo, Fabio Aquino, entre otras personas. Por esa razón, el Poder Ejecutivo Nacional ofreció una recompensa de U$S 35.000 para la persona que ayudara a capturarlo.
Durante más de tres años “Morenita” vivió en la clandestinidad. Al mejor estilo narco mexicano, lo veían en todos lados, pero nunca nadie lo atrapaba. Hasta se dio el lujo de conceder entrevistas a varios medios de comunicación para explicar que era un perseguido por las autoridades.
Fue capturado en 2018 al mejor estilo “narco”: cuando se presentó en su casa a visitar esposa e hijo. Sin embargo, el gran proveedor de marihuana a nivel nacional violó todos los códigos de ese oscuro mundo. Decidió declararse como testigo arrepentido primero y después como testigo de identidad reservada. Con sus dichos fueron condenados los funcionarios y el juez federal Carlos Soto Dávila.
En octubre de 2022 recibió la pena de ocho años de prisión por todas las causas que tenía pendientes. En noviembre del año pasado las autoridades le concedieron el arresto domiciliario. Como debía ser protegido, lo enviaron a una casa del conurbano bonaerense con otra identidad. Lo controlaban con el seguimiento de una pulsera.
Gracias a ese sistema, en febrero los investigadores se dieron cuenta de que había violado la prohibición de no salir de la vivienda. Le preguntaron qué había ocurrido y él señaló que se había ido a tratar un problema de hemorroides que no lo dejaba en paz. Al día siguiente de esa visita, volvió a salir, pero en esta oportunidad no regresó más. Su paradero era todo un misterio. No se sabía si estaba oculto para evadirse de la Justicia o porque temía ser asesinado por los narcos que él había traicionado.
Lo único cierto es que se confirmó que estaba oculto en las islas del río Paraná del lado paraguayo. De allí sólo se movía para visitar a su amante y a su pareja e hijas. Los federales ya sabían de esta rutina y desde hace semanas que los esperaban. El domingo lo descubrieron trasladándose en un Fiat Uno blanco, vehículo que utilizaba para no despertar sospechas. “Morenita” estaba jugado. Prefirió morir antes de ser enviado a un calabozo.